No amo a mis amigos ni con el corazón ni con la mente. Por si el corazón dejara de latir, o mi mente me fallara y te pudiera olvidar. Los amo con el alma. El alma no deja de ser, tampoco olvida. Rumi. ¿No os parece precioso?...
No sé, pero notaba frío, un gélido aliento me llegaba, estaba
perdiendo vitalidad por momentos al estar tomando el té con una amiga que no
dejaba de hablar y hablar, parecía que
ese día hubiese comido lengua. No tragaba saliva apenas …, y
después de casi una hora de permanecer atenta a lo que decían sus labios y para
salvarme de aquella inundación de verborrea hueca, me convertí en ausente sorda
a las palabras que quizá tenían un sentido para; quién sabe…
A mí me dio la impresión que
hablando sin cesar estaba ocultando algo de lo que quería escapar o evitar que
apareciera entre la conversación, por eso no conversamos. Quizá hablaba rápido
para salvarse de hundirse en su propio agobio que no la dejaba relajarse, no
sólo en palabras, sino en gestos posturales y en su propio semblante.
No, no fui mal educada
simplemente me evadí, me salve antes de que me absorbiera aquel imán de desasosiego. Paré mi reloj de arena y, más
allá de las formas, más allá de sentir, de escuchar palabras, salté al vacío y
allí recuperé mi espacio y la calidez
retornó.
Sé espontáneo sí, pero cuando mantengas un diálogo elije las
palabras con exquisito cuidado, no digas
más que lo necesario. Hay una magia oculta en las palabras siempre y, la cháchara
ociosa o cuando la conversación se convierte en
monólogo siempre produce una fuga energética en ti y en el otro.
Antes de hablar ponte en el lugar del otro y entiende que
hablar demasiado sin pensar, puede ser
el detonante de algo de lo que puedas llegar a arrepentirte.
Sé consciente cuando hables, habla desde el corazón y
nunca sentirás que el intercambio es hueco y vacío.
Hay un proverbio árabe que dice:
“ No hables si lo que
tienes que decir no es más bello que el silencio”.
©Luhema.
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