No amo a mis amigos ni con el corazón ni con la mente. Por si el corazón dejara de latir, o mi mente me fallara y te pudiera olvidar. Los amo con el alma. El alma no deja de ser, tampoco olvida. Rumi. ¿No os parece precioso?...
Ante lo irremediable, la serenidad.
Claro que la vida en muchas ocasiones no es justa. Ni bailamos con la melodía que nos gusta, ni las personas que tenemos a nuestro alrededor pueden ser perfectas. Pero ante las vicisitudes de la vida, de la crisis, de la enfermedad, de la carencia ya sea del tipo que sea, pero sobre todo ante lo que es irremediable, ante aquello que no puede dejar de ser, ante toda esa sinfonía de sinergias, tenemos que agarrarnos a la serenidad, a la naturaleza esencial, al movimiento dinámico de la intención, por decirlo de manera más sencilla; nuestro psiquismo, nuestra vitalidad, nuestra perspectiva, nuestra manera de ver las cosas cambia cuando cargamos pilas, bien en la naturaleza, bien en los silencios o con aquello que nos conecte con lo humano y con lo divino, y por supuesto también cuando salimos de nuestro victimismo, de nuestro propio egoísmo, de nuestras estructuras mentales inamovibles, de nuestras carencias afectivas, de nuestras necesidades de apegos y de nuestra separación.
Cuando podemos deshacernos o desvincularnos aunque sea por unos instantes de eso que silenciosamente está ahí invadiendo nuestro campo aurico, es que podremos encontrar la serenidad para ver a través de ella y vislumbrar que desde el sosiego uno puede extraer las valiosas enseñanzas de los desengaños, del dolor, de la traición, de las infelicidades humanas.
Por eso es tan importante ante lo irremediable entrar en la serenidad de la mente. Ella nos abrirá las puertas a otros aspectos de esa realidad.
©Luhema
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