No amo a mis amigos ni con el corazón ni con la mente. Por si el corazón dejara de latir, o mi mente me fallara y te pudiera olvidar. Los amo con el alma. El alma no deja de ser, tampoco olvida. Rumi. ¿No os parece precioso?...
¡Claro!, ahora pasado el tiempo pienso que, si me hubiera querido más, no hubiera hecho más de cuatro cosas. Pero también pienso que esas situaciones que he vivido me han forjado mi carácter y forma de ser, y me han enseñado a ver, a sentir más aún y a no pasar por la superficie de la vida, sin más. Ahora ya no me sirven los reproches; (si hubiera hecho… Si hubiera dicho…) pero sí creo, que esta reflexión que lanzo al universo, y como bien se sabe que el efecto mariposa tiene un poder inmenso ya que «el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo», puede servirle a alguien. Este es mi aleteo.
Siempre creí que yo me amaba lo suficiente hasta que vi como en un sueño, todas mis heridas por el cuerpo. Unas me las causé yo misma, otras incluían el sello de la vida, otras tenían nombre y apellidos, otras estaban todavía abiertas, sangrantes, y sin embargo, otras cicatrices se apreciaban muy tímidamente.
Tuve la necesidad de entrar en mi silencio y dejar que ellas, mis propias heridas me hablaran y lo hice, di permiso para que ellas comenzaran a contarme y a la par, a sanarme. Me sorprendí, pues no sabía que estaba tan lastimada.
Miré mi cuerpo con ternura, y con mis dedos y muy suavemente comencé a acariciar uno de los surcos de mi piel. Un sentimiento de delicadeza me sobrevino, al tiempo que sentí como un susurro que me decía; — sí, soy yo, te marqué a muy tierna edad, fue inevitable, ya hace mucho tiempo de ello, pero sé que me recuerdas, sentiste un fuerte arañazo, lo sé, pero te has repuesto de ello. ¡Gracias!
Respiré profundo y sentí como otra de mis cicatrices se hacía brillante, pasé mi mano por ella y en la intimidad me contó que fue la malicia de otras personas la que provocó ese surco en mi piel, ella utilizando mi inocencia de niña, me abordó por sorpresa y me dolió, porque no entendía el porqué de ese ataque tan gratuito, pero ahí estuvo el amor de mi familia que me ayudó a comprender y a sobreponerme, y esa cicatriz al instante se cerró porque es lo que tiene la inocencia, que no guarda rencor, y vino a decirme que no hay nada tan grave, y que mi corazón no había perdido el rumbo. Gracias —le dije.
Obviamente, destacaba de entre todas, una herida que tenía próxima al corazón, y esa sí que seguía siendo profunda, pero de ella nacían rosas hermosas. ¡Claro!, fueron muchas lágrimas las que regaron esa herida que está tatuada en mi alma. Supongo que todos nosotros llevamos una igual o similar, sobre todo cuando la vida nos arrebata a las personas que más queremos. Cerré los ojos y recordé su presencia siempre viva en mí y le sonreí.
Pero bueno, como dije, «todos» tenemos cicatrices en el alma que son como las huellas dactilares que nos diferencian, son los surcos por los que nuestras emociones circulan dejando un mapa de ruta por el que transitamos; unas veces mejor, y otras cometiendo muchos errores que las acrecientan. Muchas de las heridas que me infringí, supongo que las podía haber evitado quizá, si me hubiera amado mucho más, si no hubiera entrado en ciertos conflictos que al final me robaron la calma, porque pasado el tiempo, ves que nada es tan grave y que nada merece perder la calma, y que la ansiedad resta vida, y resta años, resta sueños, resta perspectiva para poder ver a lo lejos. Probablemente, si no hubiese sido tan exigente conmigo misma hubiera sufrido menos y llorado menos. Pero así es la vida, nadie nace aprendido… la vida, las emociones tienen que pasar por ti.
Pero no importa, el espejo del alma tarde o temprano te muestra todas tus cicatrices, para que leas las lecciones de vida, para que te sanes, para que veas lo que te hace daño y tengas la precaución de no caer en los viejos errores del pasado.
Las heridas, ellas, también te enseñan que puedes perdonarte a ti misma y como por arte de magia muchas se sanan por completo al utilizar de corazón el perdón hacia a ti mismo y hacia los demás. Sin embargo, hay otras cicatrices que permanecen como seña de identidad para recordarte que has salido victoriosa o vencedor, que, gracias a ellas, has comprendido muchas cosas de la vida. Así que te digo sinceramente y con la mano en el corazón esto; que ninguna cicatriz te avergüence, que ninguna cicatriz te haga sentir víctima, que ninguna cicatriz te aleje de lo que eres, que ninguna herida se vuelva contra ti. Que ninguna herida te calcifique y te vuelva áspero.
Aprende a honrar tus heridas, bendícelas porque ellas son el reflejo de las batallas que has tenido que librar. El poeta y místico «Rumi» decía que; «la herida es el lugar por dónde entra la luz»
Las heridas, ellas, también te enseñan que puedes perdonarte a ti misma y como por arte de magia muchas se sanan por completo al utilizar de corazón el perdón hacia a ti mismo y hacia los demás. Sin embargo, hay otras cicatrices que permanecen como seña de identidad para recordarte que has salido victoriosa o vencedor, que, gracias a ellas, has comprendido muchas cosas de la vida. Así que te digo sinceramente y con la mano en el corazón esto; que ninguna cicatriz te avergüence, que ninguna cicatriz te haga sentir víctima, que ninguna cicatriz te aleje de lo que eres, que ninguna herida se vuelva contra ti. Que ninguna herida te calcifique y te vuelva áspero.
Aprende a honrar tus heridas, bendícelas porque ellas son el reflejo de las batallas que has tenido que librar. El poeta y místico «Rumi» decía que; «la herida es el lugar por dónde entra la luz»
Ya te digo, si eres capaz de ver todas tus cicatrices, es porque lo estás haciendo bien.
©Luhema
Comentarios
Publicar un comentario