No amo a mis amigos ni con el corazón ni con la mente. Por si el corazón dejara de latir, o mi mente me fallara y te pudiera olvidar. Los amo con el alma. El alma no deja de ser, tampoco olvida. Rumi. ¿No os parece precioso?...
Marcel Baschet (1862-1941):
Edipo maldice a Polinices (Œdipe condamne Polynice), en presencia de Antígona e Ismene
Dicen que las palabras se las lleva el viento. Pero ¿es esto cierto?
Durante miles de años se ha utilizado el poder de la palabra porque ésta contiene una energía muy poderosa, capaz de crear, capaz de destruir, de anular. Capaz de sugestionar e influenciar la mente a un nivel subconsciente y variar cualquier acción según la intencionalidad con la que se exprese y dirija, convirtiéndose en un veneno o en una dosis de luz, dando lugar a lo que llamamos; bendiciones o maldiciones —mal-decir—.
En la antigua Grecia y Roma se seguían una serie de protocolos estrictos para las ceremonias de maldiciones, llamadas «katadesmoi» (o ataduras, tabulae defixiones para los romanos eran encantamientos escritos sobre material no perecedero, como plomo, piedra o arcilla cocida, y eran enterrados en secreto para asegurar su integridad física, que garantizaría la permanencia de sus pretendidos efectos), donde unos sacerdotes llamados «areteos» es decir, maldecidores, invocaban la ayuda de un espíritu o deidad a la cual le expresaban el error que había cometido la persona; un robo, una infidelidad, una falta de respeto y así, infringir daño.
Está claro que día a día a través de nuestras afirmaciones, producto de emociones y sentimientos estamos co-creando la realidad. Así que debemos tomar consciencia de nuestras palabras, y desde qué lado han sido expresadas o pensadas, desde la ira, desde los celos, desde la envidia, desde el resentimiento, desde la venganza o bien desde el amor, el cariño, la comprensión, la amabilidad, la cortesía, el perdón, porque —el viento no se las lleva—.
Las palabras tienen el poder de destruir y ayudar.
Cuando las palabras son amables pueden cambiar el mundo.
Buda.
Hay una reflexión que dice: Cuando ofendas a alguien, clava un clavo en la pared, cuando te disculpes, sácalo. Entonces entenderás que siempre quedan huecos.
© Luhema
De acuerdo. A las palabras no se las lleva el viento, tienen mucho poder!
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