Hola. Voy a contaros una historia como poco, curiosa, que
roza el horizonte entre la superstición o quizá entre el poder de fascinare, mal de ojo,
y que tiene que ver con una figura; la del jettatore ( definición, que se le
ha dado en Italia, sobre todo en Nápoles, a una persona, sobre todo varón, que posee una funesta influencia, y es capaz
de lanzar el mal de ojo).
La historia comienza tal que así.
En la tarde del 3 de enero de 1825, el gobernante de las dos Sicilias, después de haber jugado a las cartas y después de haber pronunciado sus oraciones como buen católico, el rey Fernando IV se fue a dormir.
A la mañana siguiente, -serían sobre las diez-, al no escuchar ruidos en la cámara real, el mayordomo entró descubriendo ya sin vida el cuerpo del monarca.
Tras la triste noticia, los napolitanos quisieron rastrear la muerte repentina a los 76 años del gobernante, ya que la noche anterior no se había sentido mal y además gozaba de buena salud, así que su muerte resultaba un tanto extraña.
Y aquí viene lo bueno. Durante quince años, que se dice pronto, el rey no exento de ciertos prejuicios supersticiosos estuvo esquivando y posponiendo el encuentro con un tal Andrea de Jorio, —que fue profesor, arqueólogo, lingüista napolitano, canónigo de la catedral de Nápoles, director del Museo Real Borbónico de Nápoles y conocido por escribir la obra que estudia los gestos italianos tan característicos que incluso hoy en día siguen utilizando los napolitanos, de título «La mimica degli antichi research nel gestire napoletano»—. Este personaje que tenía la mala fama de jettatore, atormentaba al rey con la petición de audiencia para presentarle su volumen del que era autor. Fernando IV, sabiendo que era heraldo de hechos extraños, se había resistido a concedérsela, y de este modo, poder esquivar estar ante él, pero vencido por la férrea insistencia de Jorio, la tarde del 3 de enero, accedió a reunirse con él en una recepción que, según dicen, no duró más de 20 minutos y en la que el rey, no dejó de jugar entre sus dedos con un cuerno de coral, llamado cornicello.
No lo sabemos, pero aquí queda esta curiosa historia que no deja de asombrarnos.
Antes de terminar con este pequeño relato, solo tenemos que repetir y observar una eficaz canción infantil acuñada, en latín macarrónico —poco académico—, por un bromista napolitano anónimo para que la recreación de nuestro príncipe jettatore no nos traiga extrañas coincidencias:
Terque, quaterque, testiculis tacti,
extirpatio pili, non est praegiuditium,
sed contra jectatura valet.
(Esta canción está publicada en la revista Infofinax , abril de 2009)
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